Hacía tiempo no tenía un libro que me hiciera mirar el reloj y decir, eh... déjame leer un capítulo más antes de ir a dormir. Yo soy así, de leer un capítulo a la vez pero pues, como un buen pedazo de pizza, cuando te lo disfrutas quieres un poco más. No soy de leer aceleradamente, sin embargo esta novela me la leí bastante rápido (5 días) y sin hacer mucho esfuerzo para eso. El lenguaje no es mega complicado y aún llevándose a cabo en Nueva York, no se sentía ajeno y tiene todo que ver con un chiquitín.
Durante las primeras 30-31 páginas, Carlos Daniel hace un trabajo magistral de cogerle ganas a Kaell a nivel de que no estaría de más regalarle una galleta o veinte. Kael es un arquitecto de MUCHO dinero que vive la vida de un playboy de la Gran Manzana y es el tipo de persona que desagrada con facilidad. Algo sucedió que ha sacado lo peor de él y le toca cumplir con labor comunitaria en donde le asignan a Walter, un joven de diez años en silla de ruedas. Decir que la reacción inicial de Kaell es de resistencia es ser nice...pero la vida conspira y a veces hay cosas que suceden y que se nos cruzan de frente para darnos la oportunidad de sanar heridas que por cuan profundas sean, nos hemos vuelto expertos en disimular, esconder, disfrazar o simplemente ignorar. El detalle es que en la vida hay catalizadores que provocan reacciones en nosotros. A veces son explosiones, pero no toda reacción necesita ser destructiva.
Walter es un catalizador. A menudo leo que personajes de poca edad que dicen cosas sabias se sienten falsos o difíciles de creer. He escuchado a niñas y niños decir cosas que te pasman por la sabiduría que tienen por lo que Walter no me resulta tan extraño. Es una persona que la vida le ha dado duro y es la encarnación de que a mala hora buena cara. Es curioso que se escriba de un personaje como si su felicidad fuese contagiosa y que así mismo resulte al lector. Y es que la felicidad de Walter se volvió en la felicidad de Kaell, de Zoe, de todos en el libro y de yo quien lo leía. Cuando el chico tenía un buen día, se llenaba mi globo de color...una frase simpática y recurrente en el libro. En pocas palabras, es un libro bien simpático, tiene sus altas y bajas emocionales, tiene sus retos, le coges rencor a gente que aunque tengan buenas intenciones, sus acciones dejan mucho que decir. Le pierdes la paciencia a personajes que meten la pata, te enfadas y después, te tranquilizas, por algo que dice Walter. Es un fenómeno bien particular y en un año tan y tan intenso, recomiendo el libro tanto por lo que enseña como por lo que invita a sus personajes y a quien lo lea.